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Foto del escritorDomingo Torres

Compromiso, lenguaje de obediencia y de amor

Actualizado: 24 oct



Este texto surge de una breve reflexión que compartí en mis redes sociales y sentí la necesidad de expandir, por lo tanto, aquí estoy.

Una forma de demostrar nuestro amor a Dios es amando a su iglesia, la que Él estableció y proclamó que las puertas del infierno no prevalecerían en contra de ella (Mateo 16:18). Amar todo lo que Él ha creado debe ser fundamental en la vida de los creyentes. A nivel macro, la iglesia representa el cuerpo de Cristo en su totalidad, todos sus seguidores, aquellos que han sido redimidos por la sangre del Cordero de Dios. Sin embargo, a nivel micro, nuestra congregación local es "nuestra iglesia". Como hijos de Dios, hemos sido ubicados en diversas congregaciones, formando parte de esa comunidad de fe que pertenece a la iglesia del Señor. La familia de la fe va más allá de ser simplemente un grupo de personas, es un conjunto de redimidos por Dios que han decidido servirle en todo momento. El amor conlleva compromiso, por lo tanto, aquel que ama a Dios se compromete con su obra y sirve en y para ella. Por lo tanto, quien ama a Dios debe amar a su congregación, servirla, respaldarla, colocarla después de Dios en un lugar prioritario y ser fiel a ella.

No podemos afirmar que amamos a Dios si no amamos a su iglesia y a nuestra congregación. Es crucial reunirnos y servir dentro de la congregación. El servicio puede manifestarse de diversas maneras, pero una de las formas más sencillas es respaldando las actividades, los cultos y el trabajo realizado en ella. Nuestra congregación local forma parte de nuestra identidad, debemos sentirnos orgullosos de pertenecer a ella, exaltar a Dios y reconocer la labor que realizamos como pueblo. Los elogios hacia la congregación deben reflejarse en nuestras redes sociales, palabras y vida diaria, ya que es el lugar donde Dios nos ha ubicado.

Es fundamental sentir gratitud por la familia de la fe que nos rodea, aprender a tolerarnos mutuamente, tal como Pablo insta a los colosenses en Colosenses 3:13-15: 13.Soportaos unos a otros y perdonaos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 14.Sobre todo, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. 15.Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos.

Como congregación, estamos llamados por Dios a involucrarnos en su obra. Si amamos a Dios, nuestra pasión deben ser las almas, por lo tanto, debemos apoyar todo lo que contribuya a su beneficio: misiones, evangelismo, cultos para el crecimiento espiritual, estudios bíblicos, retiros, campamentos, interacciones con otras congregaciones y actividades sociales. Estas actividades fomentan el crecimiento espiritual, fortalecen la unidad y la identidad de la iglesia. Aunque puedan parecer triviales, son esenciales para definirnos como iglesia y congregación.

Como miembros de una congregación, debemos comprender que somos responsables de presentarla como un lugar de adoración saludable, lleno de amor, inclusivo y que proclama la verdad que es Cristo. Una congregación que ama a Dios muestra ese amor incondicional no solo a sus miembros, sino también a quienes llegan a ella. Entender la importancia de nuestro trabajo en la comunidad de fe y en el mundo es cumplir con el llamado de Dios. Debemos apoyarnos mutuamente, siguiendo la voluntad de Dios como unidad, independientemente de ser líderes o no. El respeto, el apoyo y ser embajadores de Cristo en la tierra son fundamentales para el beneficio de todos.

Como congregación, no podemos olvidar nuestras responsabilidades y deberes, aunque también hay numerosos beneficios. Enfocándonos en los deberes, es crucial involucrarnos en lo que beneficie a la congregación, incluso si a primera vista no nos agrada o parece no ser para nosotros. Debemos comprender que la visión siempre busca el bien común y no lo particular. Los conflictos pueden surgir en cualquier grupo, pero el amor de Dios que nos une debe permitirnos avanzar juntos hacia un mismo propósito, lo mejor para nuestra comunidad. Nada debe hacernos perder el compromiso con el grupo que nos define, debemos defenderlo, amarlo y trabajar juntos para mejorar.

Indudablemente, Dios no se equivocó al enfatizar el crecimiento dentro de una familia, la familia de la fe. Somos como piedras en un río: rozamos, chocamos, nos acompañamos y avanzamos hacia un mismo fin, siendo moldeados y madurando en el proceso para ser útiles. Por algo el segundo mandamiento más importante es amar al prójimo como a nosotros mismos.

Ama a tu congregación, a tus hermanos, lucha junto a ellos, respétalos, defiéndelos y promociona las maravillas que Dios hace a través de ellos.

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